Tradicionalmente, los ejércitos occidentales, particularmente los de la OTAN, siempre han basado la protección antiaérea de sus unidades terrestres en gran medida en la seguridad de tener superioridad aérea en el campo de batalla.
E incluso hoy, en el escenario europeo, por ejemplo, las fuerzas de la OTAN y la UE, reforzadas por una parte de las fuerzas estadounidenses, podrían desplegar 2500 aviones de combate, incluidos 900 modernos (Rafale, Typhoon, F22…), mientras que Rusia y sus aliados sólo pudieron desplegar 1300, incluidos 450 modernos (Su30/34/35).
De hecho, la necesidad de una defensa antiaérea cercana no parecía crítica y los sistemas SHORAD fueron eliminados gradualmente de los inventarios, llegando al final de su vida operativa. Este fue el caso, por ejemplo, de la franco-alemana ROLAND o de la americana Chaparal.
Además, la entrada en servicio de misiles MANPADS, como el Stinger, el Blowpipe o el Mistral, se consideró ampliamente suficiente ante una amenaza aérea cada vez más inexistente, con la desaparición del Pacto de Varsovia.
Desde 2017, el Ejército estadounidense, junto con el Cuerpo de Marines de Estados Unidos, han cambiado radicalmente de paradigma y han puesto en marcha varios programas destinados a recuperar lo más rápido posible la capacidad de autoprotección antiaérea. Esta iniciativa, que a veces tiende a una precipitación febril, se basa en varios factores concomitantes:
- La entrada en servicio de nuevos sistemas de denegación de acceso rusos y chinos, como el S-400 y el HQ-16, cuyo alcance es suficiente para prohibir el ejercicio de la superioridad aérea occidental sobre sus fuerzas.
- La entrada en servicio de nuevos misiles, como los misiles de crucero furtivos, cuya trayectoria y su muy pequeña superficie de radar los hacen invisibles para los sistemas de protección de área, como el Patriot o el SAMP/T Mamba.
- La entrada en servicio de drones y drones kamikazes, también imposibles de detectar y destruir por los sistemas tradicionales, aunque permiten recopilar información táctica crucial sobre el adversario.
Y de hecho, en dos años, el ejército estadounidense ha lanzado nada menos que 4 programas destinados a ampliar y fortalecer sus capacidades en el campo de la autodefensa antiaérea:
- La modernización de los misiles Stingers, con un nuevo buscador más sensible, y la posibilidad de equipar el misil con una espoleta de proximidad para destruir drones que no pueden ser impactados directamente por el misil, porque son demasiado pequeños.
- El redespliegue de los sistemas Avengers, un lanzador óctuple de misiles Stingers montado en un vehículo Humvee y vinculado a los sistemas de mando de la unidad.
- El refuerzo de los sistemas C-RAM, derivados del sistema CIWS Phalanx que constituye la protección definitiva de muchos buques militares, con la posible incorporación del sistema israelí Iron Dome del que se han adquirido 2 baterías, para proteger sitios de alto valor táctico ( Puesto de mando, base logística, etc.)
- Y por fin, el programa IM-SHORAD de 144 vehículos blindados Stryker montados con una torreta antiaérea del italiano Leonardo equipada con Stingers, misiles Hellfire y un cañón de 30 mm.
Sin embargo, no podemos dejar de notar el caos que constituyen todos estos programas, lanzados con evidente prisa, y que mezclan diferentes tecnologías, diferentes sistemas; corresponde a los militares hacer algo con ellos.
Tampoco podemos evitar comparar estos 4 programas con el programa ruso Pantsir o el anterior Tunguska, concentrando en un solo sistema todos los temas abordados por los 4 SHORAD estadounidenses.
Ciertamente, el Pantsir S1/2 no sólo ha tenido éxito en Siria, sino que ha mostrado notablemente debilidades frente a los drones. Pero la coherencia del sistema y laEntrada en servicio del Pantsir SM en 2021, supondrá una clara ventaja para los rusos en este ámbito.